lunes, 3 de octubre de 2011


20. Ágora nocturna
"Ágora nocturna" (Valencia, 2010)                              ® Mariana Domínguez Batis
“El mundo da vueltas y vueltas por el dinero y no por el amor”, me dijo la chica más sabia que conocí en Valencia, durante mis primeras vacaciones, donde mi círculo energético conjugado con el de mi querida anfitriona Cristina Silaghi, se convirtió en un imán de… digamos… experiencias.

            Los siete días que estuve con ella, caminamos por todos los rincones de la ciudad, o al menos, por los más que pudimos, comiendo, claro, siempre saboreando a Valencia en sus horchatas de chufa (agua blanquecina, como nuestra horchata, pero hecha a base de almendras), sus helados de nata, sus paellas y sus embutidos.

            El segundo día, Cristina ejercía una de sus pasiones: la fotografía, cuando otra chica nos dirigió la palabra.“Bonita cámara, roja, es un color original”. Al principio parecía una plática incidental, de tres desconocidos que intercambian escasas palabras en un transporte, y cuya vida no se volvería a cruzar jamás. “Saben, las mejores fotografías que pueden tomar están aquí”, dijo, señalando su cabeza. “Las demás no tienen sentido. Por otro lado, la cámara que sí me parecería interesante es una que me permitiera ver al pasado”; dirigió su mirada melancólicamente a la ventana y continuó “aquí, antes de ser la Universidad Politécnica eran unos naranjales. Me encantaría tomar esa cámara dirigirla hacia allá y…”, en este momento su voz comenzó a inflamarse de una emoción inusitada “… y ya no ver esos edificios sino los naranjales. Podría ver tantas cosas tan hermosas”.

            Era una joven de unos 26 años, bella y de ojos grandes y expresivos. Su voz, su gesticulación y un babeo permanente cuando hablaba, nos revelaron que tenía un leve retraso mental.

            “El mundo da vueltas y vueltas por el dinero y no por el amor. Yo estuve embarazada de la persona a la que amaba y mis padres me obligaron a abortar”. Fue la última frase que alcanzó a articular antes de que el tranvía detuviera su ágil paso, la chica bajara apresurada, me tocara cariñosamente en el hombro y nos dijera “adiós, guapas”.

            Minutos después, llegó nuestra parada y después de caminar un poco, nos topamos de frente con los impresionantes edificios de La Ciudad de las Ciencias de Calatrava. 

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