viernes, 30 de septiembre de 2011

16. Memorias de invierno
"Memorias de invierno (Roma, 2011)  ® Mariana Domínguez Batis

Era 30 de diciembre y los cientos de italianos que hacían sus compras decembrinas en las tiendas de lujo de las empedradas y bellamente adornadas calles del centro de Pisa, se preguntaban por qué dos chicas extranjeras --Marisol Coria y yo-- corrían despavoridas, maletas en mano, esquivando a todo transeúnte.

            Tan sólo quince minutos antes, nos habíamos bajado en la parada equivocada, separándonos de nuestras otras dos compañeras de viaje --Eren y Nayeli-- y, a falta de otro autobús cercano (a casi tres meses de vivir en Europa aún no nos acostumbramos a los estrictos horarios de transporte público), nos vimos obligadas a correr media hora para no perder el tren que nos llevaría a Roma.

            Estábamos agotadas, no podíamos dar un paso más y comenzábamos a resignarnos a pasar la noche en Pisa, cuando nos encontramos entre el gentío con el mismo grupo de hare krishna (unos siete jóvenes vestidos de naranja, cantando y exudando paz) con el que habíamos bailado dos días antes en el Puente Viejo de Florencia y vuelto a ver por casualidad el día anterior en Siena. No pudimos más que reír por la coincidencia. "Si de milagro llegamos al tren y en Roma también nos cruzamos con los hare krishna, será una señal y les invitaré a todas la cena ", le dije a Marisol, dándonos ánimos para seguir corriendo con la esperanza de llegar a tiempo.

            Agotadas, por fin alcanzamos la estación y nos encontramos con Nayeli y Eren preocupadas. Faltaban quince minutos para el último tren, el de las 8pm y nos formamos en una fila enorme de personas que querían viajar. Llegamos a la ventanilla a las ocho en punto, pero la señorita se negó a vendernos el boleto. Resignadas, compramos unos para el día siguiente, nos sentamos a descansar y, de pronto, Eren nos dijo q corriéramos rápido al andén. Tuvimos mucha suerte, pues el tren se había retrasado unos minutos; apenas nos subimos, cerró sus puertas. Tres horas más tarde llegamos a Roma. Eren y Nayeli, con muchos ánimos por haberse librado del maratón, nos convencieron de caminar un rato más hacia algo que descubrimos con admiración: el Coliseo. No volvimos a ver a los hare krishna, así que cada quien pagó su cena.
15. De luz y sombra
"De luz y sombra" (Brujas, 2011)                              ® Mariana Domínguez Batis


Para los renacentistas, un laberinto te lleva hacia ti mismo. El laberinto que crucé esta semana fueron las calles de Bruselas y Brujas, que en algunas guías de viajero son descritas como un laberinto en el que se pierden hasta sus habitantes. En efecto, durante nuestra estancia en Bélgica, pasamos varias horas buscando nuestros destinos, incluso con mapa en mano.

            En una de las perdidas, ante la impotencia y desesperación, decidí mejor separarme un rato del grupo a fin de no hacer pasar un mal rato a las demás. Caminé y caminé por las calles de Bruselas, sin ningún destino en particular. Encontré una exposición de Miró, cuyos cuadros me transportaron de inmediato a momentos de mi infancia, cuando mi ya fallecida tía Ana me explicaba con paciencia las diferencias entre un cuadro de Chagall y otro de Miró, para después motivarnos a mi hermana y a mí, ayudadas por una antena de televisión, a jugar a ser directoras de orquesta. En la muestra hallmuestra﷽﷽﷽ra exacta de la que me hablaba Ana. urbo al hostal, me encontrompartiendo papas con un beso. Inventnos viajeroso por Mé la pintura exacta de la que me hablaba Ana. Me sentí verdaderamente emocionada al estar ante la pintura original con la que fantaseaba de niña y solté una pequeña lágrima en recuerdo de mi tía.

            Seguí caminando, admirando edificios y las famosas plazas de la ciudad, en búsqueda de un cucurucho de las famosas papas fritas belgas. Al encontrarlas, me senté en la plaza a ver pasar a la gente y a comer. Un grupo de estudiantes de secundaria francés desfiló frente a mí, recordándome la travesía que recorrí con mis alumnos a Andalucía como práctica de campo. Vi a varias parejas, que posiblemente disfrutaban de su luna de miel, compartiendo papas con un beso. Antes de partir, inventé toda una historia sobre un bolígrafo que alguien había olvidado sobre una banca.

            Nimiedades, al fin y al cabo, pero nimiedades que me devolvieron tranquilidad y claridad. De regreso al hostal, me encontré con mis amigas y mi hermana, quienes seguían extrañadas por mi ausencia. Al verlas, descubrí el final del laberinto y desde entonces, dejé de perderme por las calles de Bélgica. 
14. Estética de luz
"Estética de luz" (París, 2011)                   ® Mariana Domínguez Batis
Después de una parada a las orillas del Sena para contemplar el atardecer, con una mochila de montañista repleta a las espaldas y una pesada maleta en cada mano, camino hacia la estación del RER y espero su llegada. Cuando por fin se aproxima, con una hora de retraso, veo cómo la gente corre desesperada hacia el tren, recuerdo mis lecciones de ciudad de México sobre cómo subirme a un vagón repleto y me escabullo en el único hueco disponible.

            De pie, con la espalda inclinada hacia delante, y sin posibilidad de moverme un centímetro por tanta gente hacinada, observo a los pasajeros. Cinco jóvenes con playeras del equipo de futbol de Marsella rodean a uno que porta orgulloso una bufanda de Montpellier. "Te ganamos", le dicen burlonamente al solitario, quien responde con una pequeña sonrisa inocua. El grupo se cansa de la nula respuesta a su provocación y mejor comienza a entonar algún canto de victoria, porque Marsella ha vencido a Montpellier en la Final de la Copa de la Liga.

            En la parada del Estadio de Francia se bajan todos los hinchas y por fin puedo respirar un poco, hasta que un señor me dice "señorita, le robaron". Reviso mis múltiples maletas y veo una de las bolsas de la mochila abierta, reviso cuidadosamente y descubro que el ladrón no se interesaba mucho por la escritura, porque los cartuchos de s no es como lo imaginaba", me dice con un leve titubeo mientras caminamos por calles repletas a convenzo de salir un poco para tinta para pluma fuente que cargaba permanecen intactos.

            Por fin llego al aeropuerto y recojo a Brenda, que me ha esperado paciente durante una hora. Llegamos a medianoche al hostal en Montmartre y la convenzo de salir un poco para que en su primer día pueda ver algo de París. "Mmm... no es como lo imaginaba", me dice con un leve titubeo mientras caminamos por calles repletas de sex shops en la zona rosa de la ciudad y somos seguidas por dos chicos negros de casi dos metros con la promesa de llevarnos a bailar a un lugar brasileño o darnos un tour.

            Los perdemos de vista y llegamos a las escaleras que conducen a la Basílica del Sacré Coeur. La espléndida construcción bañada por la luz de la luna me maravilla una vez más. Al subir al atrio para admirar la ciudad desde lo alto, nos adentramos en el epicentro de la fiesta nocturna. House y hip-hop retumban en las grandes bocinas de los visitantes. Pedazos de botellas vacías de vino y cerveza forman una pequeña alfombra por todo el lugar. Varios grupos de jóvenes se reúnen fuera de la iglesia a festejar la noche de sábado. Nos sentamos en uno de los escalones al tiempo que un árabe nos ofrece una cerveza y ante nuestro rechazo, decide mejor invitarnos a vivir a su casa. Declino cortesmente y caminamos hacia el Moulin Rouge. En el trayecto, es un parisino maduro quien nos invita a tomar un café o un trago. Apenas lo hemos dejado atrás cuando dos chicos comienzan a seguirnos y Brenda, con un gesto nervioso y fatigado me dice calmadamente: "¿te parece si vamos a dormir y mejor vemos París de día?".
13. Nimeño
"Nimeño" (Nîmes, 2010)                                                            ® Mariana Domínguez Batis

"Ustedes son mexicanas", nos dijo uno de los dos árabes que esperaban en la estación de trenes de Nîmes frente a Diana y a mí. En general, todas las personas en Europa que han intentado adivinar mi origen han acertado sin titubeos. Al preguntar cómo es que no confundían con algún otro país latinoamericano, la respuesta fue: "los mexicanos son más morenos que los árabes, pero menos que los brasileños y tienen los ojos más chicos que los colombianos, los tienen rasgados".
            "Pero no sólo son mexicanas, ustedes son las verdaderas mexicanas", continuó el joven. Ante nuestra cara de extrañeza, su acompañante nos explicó que en las telenovelas mexicanas que pasan en Marruecos (que por cierto son muy populares), las actrices son rubias de ojos claros y no parecen mexicanas. En mi mente, aquel comentario fue inmediatamente catalogado junto con el de mi casera el primer día que me conoció: "pero sí tú eres la verdadera azteca". Sin entrar mucho en detalle, Diana les contestó amablemente que en la población mexicana había de todo, hasta árabes como ellos, es decir, los libaneses.
            "Y además apuesto a que puedo adivinar su nombre", siguió el más aventurado de la pareja de amigos. "María, te llamas María", dijo con la vista fija en mí. Qué le podía responder, si me llamo María/na... Ya en Marruecos y en Italia, más de una vez, vendedores desconocidos nos habían acosado a gritos "María, María, cómprame esta chamarra, cómprame, María", mientras que Marisol Coria y yo no podíamos más que reír y responder divertidas "ahorita no, gracias".
            Una vez más, pregunté por qué nos llamaban María y no otro nombre. La sencilla respuesta fue "todas las mexicanas se llaman María o Guadalupe, pero más María". "¿Y cómo saben eso?", inquirió Diana. La contestación nos llevó al punto inicial: Televisa y sus telenovelas...
            Ya en el tren camino a casa, sonreí con amplitud por mi visita a Nîmes y Avignon, en la que me había maravillado con el anfiteatro de Nîmes (el mejor conservado del mundo romano), había descubierto una buena amiga en Diana y tenía algo claro: era mexicana y me llamaba María/na.




12. Navidad gótica
"Navidad gótica" (Milán, 2010)                              ® Mariana Domínguez Batis
En la madrugada de la víspera navideña, en Milán, Ana Carlota me contaba sobre los orígenes nobles de la familia italiana de su madre, los Mapelli Mozzi, y sobre lo caro que es mantener un castillo en la actualidad. La plática discurría entre historias familiares (su hermana era vecina de George Clooney en el lago de Como; su abuela había sido una artistócrata fascinada con la cultura indígena mexicana y había escrito e ilustrado algunos libros al respecto; su padre era un amante de la lectura y poseía una hermosa biblioteca en la colonia Condesa de la ciudad de México; Male, su nana, se había convertido en una segunda madre para ella, siguiéndola hasta Milán), comida mexicana (después de haber vivido varios años en Italia, para el banquete de su graduación, su madre le había mandado de contrabando, en una maleta desde México, chiles rellenos, kilos y kilos de tortillas, dulces enchilados, de los que más se extrañan cuando se está lejos y, por supuesto, nopales), las amistades (Erika y Valentina, Sebas, Ángel, Dulce...), la situación en México, entre otras tantas cosas.

            Aquella noche, después de una larga y rica plática, sentí que la conocía de años atrás, cuando en realidad nos habíamos visto por vez primera tan sólo cinco días antes. Ana es una mexico-italiana de un corazón absolutamente generoso, para quien bastó con la sola presentación por internet de parte de mi viejo amigo Ángel, para recibirnos durante poco más de una semana en su casa en Milán durante las fiestas decembrinas. Toda su infancia, su padre se comunicó con ella en inglés, su madre en italiano y Male en español, por lo que está acostumbrada a saltar de un idioma a otro sin dificultad. Por ejemplo, después de la madrugada de la plática, en el desayuno, comenzó hablando en inglés con su compañera de cuarto británica, continuó preguntando a Erika en italiano cómo le fue en un examen y terminó poniéndose de acuerdo con nosotros en español para la cena de Navidad.

            Por la tarde, Nayeli, Eren, Marisol y yo ("las messicanas", como les gustaba llamarnos a los italianos) pusimos manos a la obra y con las tortillas restantes de la graduación (el tesoro más guardado en el congelador de Ana y, por lo tanto, un honor haberlo compartido en una fecha especial), preparamos unos chilaquiles, que en la cena navideña fueron acompañados con crema de elote, picadillo y agua de horchata. Ana, Erika y Valentina, estaban muy contentas con el manjar, mientras nosotras más bien nos chupamos los dedos con un Panettone, bebíamos gustosas cocteles Bellini y reíamos con los significados de los gestos italianos que nos enseñaban. 
11. Caída libre

"Caída libre" (Marsella, 2010)                            ® Mariana Domínguez Batis
Nunca he hecho mucho ejercicio físico, he de ser franca, pero en Francia me sorprendo con el impulso que le da el Estado a las actividades deportivas. En el sur del país, hasta el más pequeño de mis alumnos juega tenis, rugby, futbol, nada, entre otras cosas. Y sin duda, el tema preferido para hablar en clase, incluso entre la niñas, es el deporte.

            Para aclimatarme a la realidad nacional, decidí comenzar con natación en mis tiempos libres, donde mi carril asignado fue el de mayores de cincuenta... El segundo paso fue inscribirme a la Federación Francesa de Senderismo, donde con veinticinco euros me hice acreedora a que una helicóptero me salvara en caso de perderme en la montaña, ¡fiú!

            Justamente con la tranquilidad del salvamento en mente, fue que Michel, el cuñado de mi casera me preguntó si le temía a las alturas. Mi respuesta fue negativa, por lo que acto seguido comenzamos con su esposa Marisse, maratonista profesional, un recorrido dominical por les Calanques, un conjunto montañoso de piedra caliza que emerge de las aguas esmeralda del Mediterráneo.

            Lo que comenzó como sólo un paseo, se convirtió en todo un desafío para mí. Tres horas después de empinadas subidas a paso veloz, sólo pensaba en no retrasarme ni dos minutos para ir al baño o tomar una foto, porque entonces perdería a la comitiva sin remedio. Mis tobillos no soportaban un paso más y llegó lo inevitable: diez minutos de escalada en roca sobre el vacío seguidos de un "yo te pregunté si temías a las alturas".
            A las cinco horas de haber comenzado la caminata, por fin alcanzamos la cima deseada al mismo tiempo que dos jóvenes. Uno de ellos cargaba a las espaldas una mochila casi de su tamaño. ¿Van a acampar?, fue lo que todos nos preguntamos, pues soplaba un viento ingente. Ante nuestra curiosidad, abrió la mochila, sacadmiramos-Berlín essignado fue el de mayores de cincuentasi de su tamaño. ¿Van a acampar?, fue lo que todos nos preguntamos, pueó unos arneses de ella y se los amarró ágilmente a las espaldas y a la cintura y nos sorprendió saltando al vacío, mientras su mochila se convertía en un parapente.

            "Te veo allá abajo con el coche en dos horas", le gritó el que se quedó en tierra, mientras admirábamos atadmiramos-Berlín essignado fue el de mayores de cincuentasi de su tamaño. ¿Van a acampar?, fue lo que todos nos preguntamos, pueónitos cómo planeaba por encima del mar, desafanándose por completo de toda preocupación.
10. Botella al mar

"Botella al mar" (Marsella, 2010)                                                                                              ® Mariana Domínguez Batis

El francés que se habla en el sur de Francia es distinto al que estudié, tanto que el territorio se dividía antiguamente en Languedoc (al sur) y Languedoïl (al norte), simplemente por las maneras de decir "sí/oui: oc/oïl". Es por ello que a veces me cuesta trabajo entender lo que escucho. Mi primer día en Francia, Cathy, mi casera, me preguntó si quería pan con la cena y no pude responder hasta que me mostró la hogaza, pues en vez de pronunciar "pain", pronunciaba algo como "peing"...

            Un mes después de haber llegado, en un día feriado con motivo del fin de la primera guerra mundial (la cultura se ve hasta en los descansos escolares), me embarqué con mi casera en una nueva expedición: Marsella, donde nos recibió la familia de su prima Marisse.

La noche de la primera cena estuvo inmersa en la confusión, al menos para mí. Cathy y su prima vociferaban con un acento nativo de Béziers (que una amiga mexicana residida en Francia, me explica como lo equivalente al yucateco), mientras que el esposo de Marisse y sus hijos no paraban de hablar en un nuevo acento para mi registro mental: el marsellais; todos al mismo tiempo. Debo confesar que en ese momento no entendí más que la mitad de las conversación.

            Me fui a la cama confundida, nunca antes había sentido un mareo tal por tanta información acumulada. Cuando por fin concilié el sueño, comencé a soñar con la guerra de trincheras, el tratado de Versalles, discusiones entre generales y una botella que un soldado dejó en el mar con importantes secretos de guerra. Todo en francés.

Al siguiente día, me levantéa acomodadoltante del francdormú que entende generales, todas en francto para mi registro mental al desayuno y nuevamente comenzó la lucha por la palabra, sólo que esta vez la diferencia fue que entendía todo y hasta pude participar: la pieza faltante del francés por fin se había acomodado mientras dormía.


9. Testigo perenne
"Testigo perenne" (Londres, 2011)                                                                                       ® Mariana Domínguez Batis
Londres luce tranquilo, en orden y pulcro. El césped bien cortado y reverdeciente de los parques cercanos al palacio de Buckingham parece no tener memoria de las dimensiones del evento que un mes atrás reunió a más de 600,000 turistas y generó una derrama económica de 120 millones de pesos para la ciudad.

            En Hyde Park, uno de los parques reales de la capital, permanece un inamovible testigo de lo ocurrido: el comandante Wellington, impasible siempre, sobre su fiel corcel, Copenhagen. La estatua del comandante, duque y primer ministro, uno de los personajes más influyentes de la Inglaterra del siglo XIX (incluso derrotó a Napoleón en Waterloo) ha sido testigo de innumerables eventos desde su colocación en 1846: vibró con conciertos de Pink Floyd (1968 y 1970), Luciano Pavarotti (1991), Queen (1976), Bon Jovi (2003) o The Who (1996); enmudeció con decenas de acalorados discursos del Partido Socialista durante todo el siglo XX, y fue testigo, junto con más de un millón de asistentes, de la protesta contra el invasión a Irak en 2003.

            Si Wellington, en sus tiempos de primer ministro (1828-1834), alguna vez se preguntó si la figura de la realeza desaparecería en un futuro no tan lejano en Inglaterra, el pasado 29 de abril se contestó con un rotundo "NO". El sustento de su respuesta se fincó en un Hyde Park abarrotado de miles y miles de personas con pancartas con la leyenda "London Will and Kate", gritando, desgañitándose, silbando, cantando, aplaudiendo, ondeando la bandera, ante la transmisión en pantallas gigantes de la boda del príncipe William y Kate Middleton. Al igual que los miles de asistentes, Wellington permaneció silente cuando en las bocinas gigantes se escuchó "si alguien conoce alguna causa o justo impedimento para realizar esta unión".

            Hoy, a un mes después de la boda real, Londres luce tranquilo, en orden y pulcro y el comandante Wellington, montado en su corcel, no ha pronunciado una palabra desde entonces. 
8. Rocío de Belem

"Rocío de Belem" (Lisboa, 2011)                                                  ® Mariana Domínguez Batis


"Mariana, tú sí que eres culta. No es posible, hablas español, inglés, francés, un poco de chino y mecsicano", me dice con seriedad Pablo, uno de mis alumnos más pequeños y estudiosos. Le explico que no existe el idioma mexicano y que el español que hablamos en México es el mismo que en España o que en Argentina, sólo con algunas variaciones dialectales, al igual que el francés hablado en Francia, Argelia o Québec. Le pido que repita "mexicano", y cuando lo consigue se siente orgulloso, sensación similar a la que me invade cuando logro pronunciar la "r" gutural francesa.

            Por la tarde, veo a Eren en Perpiñán para salir hacia Lisboa y encontrarnos con Rocío. Con el cambio de país, cambia también nuestro apodo: en Francia nos llaman "las mecsicanas"; para los italianos somos las "messicanas" y ahora, en Portugal, se refieren a nosotras como "las meshicanas", no varía mucho, pero el acento y la fonética le dan su encanto a cada uno.

            En Lisboa, decidimos comprobar con nuestros anfitriones que el español y el portugués son las más parecidas de las lenguas romance y acordamos hablar cada quien en su propio idioma. Nos sorprendemos por la facilidad con la que comprendemos su portugués y ellos nuestro español, sin tener más que las nociones básicas del libro de Eren "Portugais pour les nuls!" ("Portugués para tontos"). Conforme pasan los días y hablamos más, surge en la atmósfera una nueva mezcla y comenzamos a platicar en portuñol.

            En uno de los paseos por la ciudad, Gonzalo, nuestro guía, nos cuenta la historia de la Torre de Belem, construída en 1515 como una fortaleza para proteger al puerto y ser un referente para los navegantes portugueses que regresaban de sus expediciones hacia las Indias, África, Asia o América. En aquel tiempo el monumento estaba en tierra, pero con el paso de los siglos y el aumento de la marea, ahora se encuentra en pleno mar.

            Admirando la construcción, imagino una escena ficticia cinco siglos atrás, en la que conquistadores españoles presumen a los portugueses --en portuñol, claro está-- su más reciente descubrimiento: una ciudad construida por completo sobre agua, llamada por sus habitantes "Mexico-Tenochtitlan", aunque pronunciada en lengua nativa como "Meshico-Tenochtitlan", que por decreto de la corona ibérica sería pronunciada y escrita en adelante como "Méjico-Tenochtilan".


7. Ruta a Chelva

"Ruta a Chelva" (Comunidad valenciana, 2010)                                                                                                        ® Mariana Domínguez Batis

Apenas con dos semanas de trabajo, llegan las vacaciones de la Toussaint, con motivo de la remembranza de todos los santos y de los fieles difuntos, nuestro equivalente a Día de Muertos. Puede parecer extraño que los franceses descansen dos semanas por este motivo, pero todo comenzó hace tiempo, cuando esta época era el tiempo de cosecha de patatas y los niños no iban a clases por trabajar con sus padres, hasta que el estado decidió convertir el periodo en descanso oficial.

            Para comenzar el asueto, emprendo una excursión a las montañas de un pueblito de la comunidad valenciana llamado Chelva. Apenas dos semanas atrás me inscribí a la Asociación de Senderistas de Francia y con zapatos de montañista impermeables, un rompevientos y ninguna experiencia, escalé un pequeño monte en Saint Michel de Moucairol.

Después de las dos excursiones puedo concluir que el senderismo a la francesa no es lo mismo que el senderismo a la española...

            Antes de la expedición, los españoles comen un "pequeño refrigerio", lo que significa: jamón serrano, butifarras, chorizos de pamplona, pan en grandes cantidades y quesos fuertes. Una vez que están cansados de comer, comienzan la aventura a paso lento y con barrigas llenas. A la media hora, la expedición se detiene y llega el segundo refrigerio, de las mismas dimensiones. Al llegar a la cima, es tiempo del premio: más bocadillos. Y al regreso, ya es hora de la comida y un buen café.

            Los franceses por su parte, inician la caminata al instante, sin comida previa. Caminan a paso veloz sin cansarse un segundo y voltean constantemente a preguntar si "la mexicana está bien o perecerá en el intento de escalada". Al regreso, cuando han subido una montaña sin siquiera detenerse por fatiga, entonces es hora del premio: aceitunas, quesos, arenques y toda clase de vinos.

            ¿Caminata a la francesa o a la española?, ambas tienen sus encantos y sobre todo, la mejor recompensa del esfuerzo: En Chelva, pasar por arriba de un estrechísimo y antiquísimo acueducto romano en un desfiladero. En Saint Michel, contemplar los restos ocultos entre las montañas de un viejo castillo medieval.
6. Da Vinci en Chambord


"Da Vinci en Chambord" (La Loire, 2011)                              ® Mariana Domínguez Batis

Sí, confieso que a veces suelo ser muy calculadora. Confieso también que antes de emprender un viaje para atravesar Europa occidental en auto, con mi hermana y mis amigas Brenda, Daniela y Fryne, pasé toda una tarde estudiando minuciosamente las reglas de vialidad y las señales de tránsito en Francia y en Europa. Después de memorizar lo más posible, busqué y tracé rutas por internet, calculé tiempos y presupuestos, y compré una guía Michelin de todo el continente, además de imprimir sendos mapas de los trayectos que haríamos.

            El viaje en auto inició en París. Me puse al volante con Brenda a mi lado y le expliqué en cinco minutos todo lo que había aprendido sobre límites de velocidad y señalización. La nombré orgullosa copiloto y le concedí el honor, por nadie deseado, de cargar el bonche de mapas que había preparado, mismo que más tarde cedió a Daniela, quien lo cumplió responsablemente durante casi un mes.

            Tras casi una hora de tránsito, nos despedimos de París y tomamos carretera. La primera hora todo marchó de maravilla, pero mses, con todo y la sorpresa de xicanas podesar de largas perdidas, multas de tr de Chambordás tarde, los mapas dejaron de funcionar, habíamos  perdido el camino y estábamos en pequeñas carreteras secundarias. Al principio sentí pánico, pero conforme nos adentrábamos en la región de La Loire, en un paisaje neblinoso forestal, y pasábamos pueblitos cada vez más encantadores y antiguos y veíamos fortificaciones medievales a lo lejos, comencé a olvidarme de las rutas trazadas y a disfrutar de estar perdidas.

            Para mediodía había previsto llegar a Amboise, la ciudad donde Leonardo da Vinci pasó sus últimos años y murió, invitado por el rey Francisco I, cuyo castillo domina la población. Contrario a todo plan, cayó la noche y sólo atisbamos castillos menores a lo lejos, así que mejor decidimos hospedarnos. Fue hasta el día siguiente que, después de otra dosis de hermosos paisajes y de caminar un poco entre el bosque, nos encontramos de frente con el castillo de Chambord, que nos dejó sin habla durante unos minutos ante su exquisita arquitectura, en cuyos planos, algunos piensan que participó el mismo da Vinci.

            La llegada a Chambord, significó para mí un suspiro y un sentimiento de alegría, pues fue el inicio de un viaje que, a pesar de largas perdidas, nos demostró a nosotras mismas que podíamos atravesar países, con todo y la sorpresa de las personas que encontrábamos en las carreteras, quienes invariablemente nos veían, suspiraban y decían "cinco mexicanas, pero ¿cómo llegaron hasta aquí?".