10. Botella al mar
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"Botella al mar" (Marsella, 2010) ® Mariana Domínguez Batis |
El francés que se habla en
el sur de Francia es distinto al que estudié, tanto que el territorio se
dividía antiguamente en Languedoc (al sur) y Languedoïl (al norte), simplemente
por las maneras de decir "sí/oui: oc/oïl". Es por ello que a veces me
cuesta trabajo entender lo que escucho. Mi primer día en Francia, Cathy, mi
casera, me preguntó si quería pan con la cena y no pude responder hasta que me
mostró la hogaza, pues en vez de pronunciar "pain", pronunciaba algo
como "peing"...
Un mes después de haber llegado, en un día feriado con
motivo del fin de la primera guerra mundial (la cultura se ve hasta en los
descansos escolares), me embarqué con mi casera en una nueva expedición:
Marsella, donde nos recibió la familia de su prima Marisse.
La noche de la primera cena
estuvo inmersa en la confusión, al menos para mí. Cathy y su prima vociferaban
con un acento nativo de Béziers (que una amiga mexicana residida en Francia, me
explica como lo equivalente al yucateco), mientras que el esposo de Marisse y
sus hijos no paraban de hablar en un nuevo acento para mi registro mental: el marsellais; todos al mismo tiempo. Debo
confesar que en ese momento no entendí más que la mitad de las conversación.
Me fui a la cama confundida, nunca antes había sentido un
mareo tal por tanta información acumulada. Cuando por fin concilié el sueño, comencé
a soñar con la guerra de trincheras, el tratado de Versalles, discusiones entre
generales y una botella que un soldado dejó en el mar con importantes secretos
de guerra. Todo en francés.
Al siguiente día, me levanté al desayuno y
nuevamente comenzó la lucha por la palabra, sólo que esta vez la diferencia fue
que entendía todo y hasta pude participar: la pieza faltante del francés por
fin se había acomodado mientras dormía.
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