3. Anfiteatro en custodia
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"Anfiteatro en custodia" (Atenas, 2011) ® Mariana Domínguez Batis |
En invierno, al llegar a
Atenas, Eren y Valérie, mis compañeras de viaje, repararon inmediatamente en lo
bien parecidos que eran los policías (más aún que los de Barcelona o los
romanos, a decir de ambas). No sé la razón, pero yo más bien me fijé en los perros
que los acompañaban: peludos, notoriamente obesos, con un aire permanente de
flojera y siempre dormidos al lado de los agentes.
Conforme pasábamos más tiempo en la ciudad y recorríamos
sus calles, veíamos más y más perros, que en vez de ladridos, parecían emitir bostezos
cuando abrían la boca. El colmo fue el can vigía del Partenón, plácidamente
dormido sobre el césped, a la sombra del monumento, cuya figura amorfa aparecía
en todas las fotos de los turistas que visitaban la construcción.
Por la noche del último día, emprendimos con Dimitris,
nuestro anfitrión, una nueva caminata hacia la Acrópolis (ya la habíamos
visitado dos veces, pero no nos cansábamos de verla). Ya de bajada, por el
camino menos transitado y más agreste (¿en qué momento le conté al griego que
había entrado al club de senderistas?), nos topamos con el anfiteatro. Los tres
días que habíamos pasado en Atenas había estado cerrado y nos entristecimos
porque no tendríamos oportunidad de verlo.
"No pasa nada. Síganme", nos dijo Dimitris, al
tiempo que caminaba. Sin pensarlo, fuimos detrás de él, hasta que clandestinamente
nos encontramos dentro del monumento. Yo estaba en lo más alto de las gradas,
mientras que nuestro guía me explicaba, a susurros desde el escenario, lo
impresionante de la arquitectura griega, pues el anfiteatro estaba diseñado
para que desde cualquier parte del público, se escuchara a la perfección la voz
de los actores, por más que cuchichearan.
Seguíamos con el experimento, cuando escuché un grito en
griego. Espantada, salí corriendo hacia la calle, saltando torpemente bardas y
tropezando con piedras. Ya desde fuera, vi en el anfiteatro un guardia enojado,
que vociferaba y a su lado, un feroz perro guardián, que roncaba a pieran
suelta.
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